sábado, 24 de marzo de 2012

Prisionero de cada amanecer

Nunca acertaré a adivinar si la vida y el amor son una sola persona, porque siempre he creído que caminaban cogidos de la mano empujados por la misma brizna de esperanza. Sin tí la muerte sabe dulce, porque sin tus ojos me sacio de ausencia, y me vuelve tentadora la muerte su enjuto rostro invitándome a seguirla. Ya estoy harto de mantener abierto este pulso a vida o muerte con tu nombre; viviéndote cuando estás sintiéndome vivo y muriéndote cuando te vas sintiéndome morir sabiendo que te llevas contigo mi alegría. En mis sueños tu boca busca la mía; pero me despierto descalzo y desnudo, prisionero de cada amanecer.
Debería haberte hecho caso, y alejarme de tí; pero en el amor tu debilidad es precisamente tu fortaleza. No he sabido ser lo suficientemente débil para alejarme de ti; y es por eso que las brasas de este amor ya consumido me dejan los pies manchados de negra tinta reseca. A veces siento que tu ausencia cierra su puño sobre mi garganta, dejándola seca y estéril. ¿De veras tanto le amas a el y tan poco me amas a mí?
Quisiera detener el tiempo, olvidar que fuiste mía y yo fui tuyo antes que él; haber sido capaz de advertirte de que el amor se vuelve cruel cuando no es correspondido; que es capaz hasta de hacerte morir de dolor.
Me asomo a la ventana y Madrid ya no es lo mismo. Ya no me seduce su misterio. No hay horizonte en la lejanía, y es que está tan muerta el alma mía que ha grabado en mi pecho un oscuro tatuaje, no dejándole hueco para más heridas. El lento paso del amor en su agonía me recuerda a un desfile de tullidos. En silencio escucho sus aullidos y aunque tape mis oidos nunca cesan. Son tan desgarradores los recuerdos que sin quererlo me atraviesan, me dejan aturdido y medio tuerto. Ya no me sabe la vida dulce, no hay olor a primavera.
Lo invasivo de tu amor me tiene desconcertado y consumido. Ya no encuentra paz esta alma mía, desorientada como una polilla ante el fulgor del día. Es tan incómoda esta corona de espinas que a veces quisiera gritar hasta desgarrar mi garganta; pero no te mereces tal honor, y sufro en solitario este dolor sonriendo como si no pasara nada. Tu aroma aún perdura en el fondo de mi armario, y aunque me repita sin descanso que puedo superarlo lo cierto es que moriría feliz dejándome engullir por la avidez de tu mirada.
Ya no soportan mis venas la tragedia de perderte, y mis brazos cansados flaquean en su intento de sostener mi vida a pulso diariamente. Busco tu mirada entre la gente inútilmente a sabiendas de que tu mirada ahora ya es de otro. Nunca he sabido asumir una derrota, pero el dulce sabor de la sangre ya no me asusta; se ha convertido en un aliño indispensable en esta dieta que me tiene consumido de tanto que me aprieta.
Hoy te digo adios siendo consciente de que jamás volveré a quererte, aunque me hayas dejado para siempre enamorado. No tiene sentido querer a quien no te quiere. Suerte con tu nuevo compañero. Aunque le envidie no puedo hacer otra cosa que compadecerme de el. Pronto adornará tu cementerio.

2 comentarios:

  1. Oh Dios.
    Qué cosa más triste. ME ENCANTA!

    No sé qué es peor, si que nunca le quisieran a uno o que le dejen de querer...

    Texto como para agarrarlo y comerlo con patatas en el típico día melancólico.

    Sí señor. Tú sí que molas!

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  2. Sabía que a tí te iba a gustar, ejeje. Yo creo que no hay duda; cuando a uno le dejan de querer te sobra hasta la vida. A ver cuando me alegras con algo tuyo, que hace tiempo que no sé nada de ti... ;))

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