domingo, 15 de julio de 2012

Fuera de cobertura


 Estos días me los he pasado desconectando del mundo, retomando esa vieja máxima de que solamente estando en paz con uno mismo puede uno estar en paz con los demás. Me ha costado un poco encontrarme a mí mismo; porque solamente a primera hora de la mañana y de la tarde puede uno asistir a momentos de auténtica intimidad. Este verano le ha tocado el turno a la costa blanca. A caballo entre Torrevieja y Guardarmar me he sentido como un extranjero más, unido por instinto a los movimientos migratorios de una masa que se expresa en todos los idiomas imaginables menos el español. Confieso que me he sentido tentado en algunos momentos de hacerme pasar por uno más de los miles de ingleses, alemanes, finlandeses, ucranianos, etc que amparados por el poder que les confiere la debilidad del euro español levantan la voz en sus idiomas maternos exigiendo un trato de favor que en muchas ocasiones no merecen.
Debe de ser mi naturaleza pacífica la que me impulsa a mirar hacia otro lado asqueado al observar la mirada prepotente de quienes parecen más empeñados en humillar a camareros y cajeras de supermercado que en disfrutar realmente de sus vacaciones.
Supongo que es una consecuencia más de esta sociedad tan competitiva, esta sociedad en la que mirarse a los ojos es un atrevimiento que nace más de un deseo de enfrentarse que de un deseo de conocerse. En todo caso yo me limito a ocupar mis días en mi desconexión particular, centrándome en los pequeños detalles que llenan mis horas muertas; como los extraños paisajes lunares que sobreviven esparcidos a través de la playa después de los juegos de los niños.
Cuando las playas se quedan desiertas es cuando se puede realmente escuchar el rumor de las olas refrescando tu alma adormecida. Ese es el momento mágico; el momento en el que puedes salir de tu escondite, a salvo de miradas indiscretas, y abandonarte a los juegos que el pudor te impide realizar a plena luz del día. Las parejas de adolescentes se refugian en el anonimato de sus toallas extendidas a modo de mantas improvisadas, haciendo que renazca en tí un deseo de retroceder en el tiempo tan recurrente como imposible.
Estos días me los he pasado cumpliendo deseos que siempre voy posponiendo; y he disfrutado torturándome al sol, dejando millones de células de mi cuerpo abrasadas sin misericordia a pesar de atiborrarme de cremas protectoras. He disfrutado de la compañía de mi mujer y de mi hijo; grabando para siempre en mi memoria carcajadas y experiencias que me alimentarán día a día hasta que pueda volver a disfrutar de otro momento de desconexión.
He acabado de leer tres libros, y me he sentido tentado en más de una ocasión de lanzarme al vacío devorador de intentar escribir yo algo que merezca la pena compartir con los demás; algo que deje constancia de lo vivo que me siento y que siempre me he sentido; pero supongo que eso podrá esperar; porque ahora lo que toca es volver a la rutina diaria;  con sus madrugones obligados que nada tienen que ver con la búsqueda de un amanecer perfecto. Ya estoy de vuelta; de nuevo en la deshumanizada civilización. Ya tengo cobertura. Ya estoy operativo.
¡¡Paso, que voyyyy!!