viernes, 2 de marzo de 2012

Desamor

Sentir que no se siente nunca ha tenido sentido. Es como intentar engañarse a uno mismo. Eso se repetía una y otra vez mientras se enjuagaba las lágrimas.
De sobras sabía que descubrirla implicaba saltar al abismo; pero se había convertido en un adicto. Cada vez que hablaba con ella sentía el vacío engulléndole en esa suerte de caída libre; pero eso no impedía que sintiese una y otra vez ese deseo de saltar. Cuando estaba a su lado sentía la adrenalina adueñándose de cada una de sus conexiones nerviosas, y nada que no fuese el movimiento de sus pestañas tenía sentido.
Se levantaba una y otra vez nervioso en espera del siguiente salto, ansioso por sentir de nuevo la suavidad del viento deslizádose bajo su peso; la caricia de sus propios pensamientos envolviéndole en esa suerte de aura intimista y protectora. Lo peor era que después del salto llegaba la caída. En sus respuestas no había correspondencia. Sus miradas nunca se culminaban con el beso que soñaba.
Esa noche sería la última noche que la soñase. Estaba harto de que toda su vida salvaje huyese desconcertada y espantada por el sonido de sus tacones de aguja. Necesitaba retomar las riendas de su vida, y eso implicaba aceptar su ración diaria de indiferencia y frases cortantes.
Con la punta de la lengua recorrió la solapa del sobre. El dulce regusto de la goma adhesiva le supo a fracaso y derrota; pero ya no había vuelta atrás... Estaba agotado, consumido por la vorágine devoradora del día a día, deshidratado a fuerza de soñarla inutilmente. No volvería a desnudar su ombligo imaginándose puestas de sol románticas; porque de tanto amarla había aprendido a odiarla, y a partir de ese día eran enemigos.

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