Muchos fantasean con el origen de Samantha. Dicen que como
toda deidad surgió de la Nada, pero yo la he conocido de niña. Tenía otra
mirada y otro nombre; pero nadie puede escapar de su pasado. Ni tan siquiera
ella…
No recuerdo su nombre real, pero dudo mucho que eso importe.
En realidad estoy seguro de que ni ella misma lo recuerda. Se comenta que nunca
llegó a conocer a su madre (al menos a la verdadera), y de ser cierto lo que
siempre se ha dicho pasó su infancia (si
es que alguna vez la tuvo) en un constante peregrinaje de bar en bar, recogiendo
a un padre demasiado borracho como para saber decir hasta aquí hemos llegado.
Tuvo que sobrevivir como pudo a una dieta tan baja en cariño que una simple
sonrisa hubiese bastado para hacerla sentirse especial; una simple caricia
hubiese sido suficiente para olvidar que en su habitación nunca había existido una muñeca con la que jugar.
Cierto, eso la hizo más fuerte, pero vivía en
un ambiente en el que mirarse a los ojos estaba prohibido bajo pena de palizas... En realidad ella no lo podía saber, pero
estaba predestinada a ser desgraciada desde el preciso instante en el que el
óvulo de su madre fue brutalmente asaltado por un desconocido en el portal de su misma casa, tomando por la fuerza lo que otros se limitaban a pagar.
Dirás que soy cruel; que existen mil maneras diferentes de decirlo sin llegar a ser pueril; pero lo cierto es que Samantha fué puta antes que niña.
Si; es cierto... Fue engendrada de manera miserable e indeseada por un
asaltante desconocido, y su llegada al mundo no pudo ser más indiferente. Lo sé
porque ella misma me lo ha dicho. Creo que me he ganado el derecho a poder contarlo, porque he sido el único amigo que ella ha podido permitirse tener en esta vida.
A los quince años ya era toda una experta conocedora de los deseos más ocultos de los hombres, y las primeras
colillas manchadas de carmín se las ganaba rindiendo con sus labios un impúdico
culto fálico a un Dios demasiado cruel como para no apartar la mirada asqueado.
Yo la conocí cuando era apenas una niña. Tenía la mirada más
triste que jamás haya podido ver, y se dedicaba a repartir ofertas de
adultos cuando el resto de los niños de su clase éramos apenas unos quichillos.
Las tablas de multiplicar se las sabía de memoria, transcurriendo su vida entre
las dos malolientes aguas que partían de
la comisura de sus labios, siendo la abeja reina de un auténtico enjambre de sucios pederastas,
zánganos cegados por fluidos etílicos , carroñeros de sucios instintos corporales.
Nosotros, como niños que éramos por aquel entonces, también la llamábamos cosas crueles, porque un paquete de
cromos era suficiente para que se abriese de piernas y te enseñase las bragas;
y por un paquete de Camel ya no había nada que ocultase su imberbe y
desprotegido pubis.
La primera vez que hablé con ella tenía la intención de
desprenderme de todos los cromos que tenía repetidos, pero hubo algo que me
contuvo. No sé si fue la tristeza de su mirada o su sorprendente voz de niña.
Cuando le dije que no quería nada a cambio de mis cromos la sorprendida fue
ella, y ese día se limitó a marcharse llamándome gilipollas; pero a la mañana
siguiente vino a verme. En el silencio de sus ojos guardaba una promesa de amistad eterna. Nunca hemos necesitado de palabras.
Poco a poco fueron pasando los años, y nos fuimos conociendo
cada vez mejor. Ya estábamos acostumbrados al áspero regusto a frío acero de
los barrotes en los que vivíamos encarcelados. Ella malviviendo como buenamente podía y yo bienviviendo como malamente podía.Vivíamos ajenos a todo lo que no
fuese nosotros mismos, al margen de los comentarios maliciosos de la gente, tan codiciosos
el uno del otro que llegamos a sentirnos capaces de matar el uno por el otro.
Éso; éso sí que podía llamarse AMISTAD. Con el paso del tiempo la civilización nos fue normalizando, pero hubo un
momento en el que llegamos a creernos unos Bonnie and Clyde a la española,
robando en los centros comerciales y asaltando a las furtivas parejas en los
descampados.
Fue precisamente en una de esas noches de salvaje violencia
cuando nos dimos cuenta de que jamás habría algo entre nosotros que no fuese
una estricta amistad. Cegados por la excitación del momento nos dejamos llevar por el impulso de la carne.
Todo comenzó como un juego de niños, y al abrigo de la noche no supe negarme a sus encantos. Cuando ella me miró con ojos suplicantes no supe negarme, y entre ortigas y picores volví a
dejarme llevar por su experta mano, sintiéndome un instrumento a merced de su
inquieta pelvis; rozando sus muslos con mi lengua, sintiéndose mis manos
complacidas a merced de su placentera marea de lujuria y piel morena. Hicimos el
amor hasta quedar exhaustos, como animales en celo, hasta que el dolor nos
obligó a entregarnos malheridos el uno en los brazos del otro; y es que no hay
mayor tortura que asumir la muerte del amor antes incluso de haber nacido. Velamos su recuerdo de todas las
maneras que pudimos, sucumbiendo abrazados como amantes a un nuevo amanecer en el que todo
era posible menos el estar enamorados. Rodeados por millones de estrellas
fugaces observamos boquiabiertos sus forzados aterrizajes. Se diría que estaban
ansiosas por rasgar el oscuro manto de la noche hasta nuestro colchón improvisado para allí
morir satisfechas.
Esa noche la hice mía tantas veces como
quise y ella quiso, arrojando lejos de mí una máscara de fría indiferencia y
presentándome ante ella desnudo y con la piel brillante y tersa, con todos los
poros de mi piel deseando ser el velcro de su velluda pelambrera.
Y cuando
acabamos volvimos a empezar, como empiezan una y mil veces los cuentos de
hadas, sorbiendo con deleite cada glorioso segundo a la sombra de una luna
llena que asistía atónica a nuestro rítmico y desenfrenado ritual. Las ramas de
los árboles decían entre susurros que jamás habían presenciado nada semejante;
y hasta el más minúsculo de los animales se acercó a curiosear. El placer de
observar no es exclusivo del género humano; y así es que cuando acabamos un
nutrido coro de voces acompañó nuestro descanso.
Ella me preguntó si yo la amaba; y lo cierto es que no supe qué decir. A partir de ese momento todo cambió.La brillante y cegadora pasión que nos había cautivado en
un principio se fue poco a poco convirtiendo en un chispazo solitario y
huidizo. Los párpados y las lágrimas ganaron la batalla a las pestañas, y
millones de mariposas huyeron despavoridas de nuestros estómagos, dejándonos
convertidos en una simple armazón de piel y huesos. Esa noche ella se convirtió
en la deidad oscura que ahora todo lo llena. Lo supe cuando me dijo adiós con los ojos inundados de lágrimas. Lo supe aún antes de saber que no volveríamos a vernos. Lo supe en el mismo momento en el que había sido tan sumamente débil como para sucumbir a su piel morena.
Con ella experimenté por vez primera la ingravidez. Con su
marcha supe en carne propia lo que era el vacío. Empezaba como un diminuto poro
en las entrañas, y con el paso del tiempo se convertía en una herida abierta en
carne viva, una herida por la que fluía escapándoseme la vida en una aceleración
demencial. Quedaron mis talones destrozados en su loco intento por frenar esa
caída libre, ese vertiginoso descenso hasta lo más profundo del Averno, y me
descubrí a mí mismo desnudo, tan desprotegido como un recién nacido en medio de un desierto. Ella enseguida supo llenar mi vacío con el cariño de unas carteras bien repletas, tan acostumbrada a sobrevivir por sus propios medios que ni tan siquiera fué consciente de que las personas mortales podíamos llegar a sufrir de amor.
No sé si Samantha me quiso mal o bien, ni tan siquiera estoy
seguro de que llegase a quererme, pero lo cierto es que se ha convertido en un
sueño recurrente. Ella es mi diosa noche tras noche, reinando allí donde ninguna más ha podido llegar ni tan siquiera a acercarse. A veces creo que ni tan siquiera haya llegado a existir jamás; pero no puedo evitar rendirle culto. Ella es mi más ferviente anhelo, y en su altar sucumbo sin remedio prisionero de cada amanecer.
No creo qure ella supiese llenar tu vacío, simplemente optó por sobrevivir.
ResponderEliminarAhora me enternece más tu deidad oscura, normal que te obsesione.
Muy buen relato.
Un beso.
Toda obsesión recurrente, por oscura que parezca, tiene un origen inofensivo. Samantha no pudo escoger nunca en su vida. Nadie le dió la oportunidad. Bajo su apariencia de deidad oscura estoy seguro de que sobrevive atormentada una pobre niña que lucha por vencer la soledad. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarA pesar de que las circunstancias de la vida la hicieron fuerte, no me sorprende esa pregunta después del coito en el tálamo de yerba ¿me amas?... y es que somos todas tan previsibles, vengamos de la circunstancia que vengamos, cuando nos roza el amor aunque quiera decir sexo, siempre siempre sucumbimos a la necesidad de que nos regalen el oído y nos digan la palabra mágica, sí... es así.
ResponderEliminarGracias, tú si que eres genial :-).
Gracias a tí. Sabes que siempre eres bienvenida por aquí. Cuando dejemos de creer en el amor dejaremos de vivir; o empezaremos a vivir a medias, porque sin amor y sin pasión no merece la pena vivir.
EliminarJo, Balagar... Qué texto tan triste!!
ResponderEliminarMe encanta eso de que con ella conoció la ingravidez. Es una frase muy descriptiva, a mi parecer! Y me encanta lo bien que lo has escrito, con símiles maravillosos y notándose tu presencia entre cada palabrita. Me encanta!!!
No entiendo por qué no se quieren un poquito más, si todo sería más fácil!! POr qué será que las relaciones fáciles son aquellas de las que huímos y nos empeñamos en atormentarnos persiguiendo imposibles!
Y SAmantha...Dios, nos vas a contar algo más de ella? Yo quiero que encuentre algo feliz en su vida!!!!! De hecho yo me inclinaría a que termine por darse cuenta de que ese amiguin es el amor de su vida :P
Yo voy a intentar aprovechar el finde de soledad en este hostal para abrir el Word de una vez y hacer algo con mi vida literaria ;)
Un superabrazo, Balagar!