Sus pestañas eran tan tupidas como una selva
amazónica. Me sentí observado, y procuré que no advirtiese que me estaba
sintiendo intimidado. Se abrió un claro en la vegetación, y la selva esmeralda
que surgía de sus pupilas me lanzó un destello divertido. Me volví a sentir
como cuando era apenas un párvulo, indefenso ante la celosía del confesionario
de Don Hilario. Ella relajó un poco los hombros, y las persianas amazónicas
dejaron de atrapar el tiempo. Para acabar de desconcertarme, se rió. No era una
risa histérica de colegiala, de ésas que a veces sueltan las tías más buenas
despojándolas de todo glamour. Era una risa inesperadamente tímida, calculada y
atractiva. Todo en ella me resultaba seductoramente inocente. Traté de no
mirarle el escote, pero supongo que mi cerebro y mi codicia no hablaban el
mismo idioma en aquel preciso instante, porque la curiosidad me hizo desviar la
mirada. Sentí nuevamente esa extraña sensación de ingravidez, y un millón de hormigas danzando
nerviosas a la altura de mi ombligo. Para no darle una imagen aún más
lamentable bajé la mirada, carraspeé y continué con mi entrevista.
Balbi?
ResponderEliminarBalbi?!?!
Dónde está el resto de esto?
Quiero más!
Jajjajaja. Estamos en ello, Lunita. Sabes que estás de las primeras en cuanto tenga algo. Un beso!! 😉
ResponderEliminarbien!!!
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