Acaricié
con mano torpe el contorno de sus párpados, saboreando con deleite cada poro de
su piel morena, acompasándome a cada uno de sus latidos. Sentí el círculo
caoba de sus ojos engullendo a los míos con ansiedad, como siempre hacía; y
me quedé atrapado por su sabor a selva, como si de repente el abrazo de una hiedra combativa
me empujase al interior de su reflejo. Quise apartar la vista, pero mi alma
ya estaba atrapada.Cuando quise darme cuenta ya era tarde; y la redondez y tersura de sus perfectas nalgas se apropiaron de mi primitivo instinto
empequeñeciendo mis desnudas manos, arrastrándome con su oscuro encaje hacia
una densa marea de lujuria que me adormecía confuso y me empujaba a mantenerme
quieto en el atrayente hueco de sus pechos.
Mis manos perdieron el control sobre sí mismas; empujadas por una fuerza
misteriosa hacia el sur de su marea como un tronco a la deriva, poniéndose
tensos todos los miembros de mi cuerpo en una transmutación intimista y
lubricada de saliva. Busqué con mis dedos un resquicio, una grieta en su
abultada seguridad en sí misma, y la poca decencia que sobrevivía en mis
lascivos labios bailó al compás de sus suspiros, cedido su inicial conato de
defensa en esa noche de aullidos y hombres lobo.
Busqué refugio entre sus piernas, esperando el cómplice
estallido que me permitiera adentrarme en su desvalida oscuridad, sin más
opción que el dejarme abandonado al zumbido de esas atrayentes bestias multicolores. Y de repente me sorprendió el
orgasmo más brutal que yo jamás haya sentido, dejándome desvalido sus
sudorosos y agradecidos ojos, con esa mueca tan encantadora de infantil
desprotección .
Enredándose
su pubis en mis dedos fuí capaz de ascender de nuevo a la seguridad de mi montaña, saciándose mi boca de su sed. Estaba tan hastiado de pensarla
que solamente era capaz de apretujar su cuerpo contra el mío en busca de calor. Y nuevamente volvió a sorprenderme, ofreciéndose generosa y agradecida. Todavía me
maravilla la insaciable capacidad de su piel para abducir a la mía con cada pulso de mi erizado vello,
elevándose y llenándome de gloria, haciéndome sentir nuevamente el centro del
universo. La batalla fué cruenta, y el amanecer nos sorprendió exhaustos, sin resuello; desnudos de cabeza para arriba; pero había merecido la pena porque no había ganador ni vencido; estábamos vencidos los dos.
A la luz de un nuevo amanecer; y una vez
repuesto de mi carnívoro desgaste paseo con delicadeza sobre su piel las yemas
de mis dedos. Me gusta deslizarlos suavemente mientras ella me mira como si
fuese la primera vez que me haya visto en su vida. Me apasiona deslizarlos por
el contorno de sus pechos mientras escucho su respiración entrecortada,
entreteniéndome el tiempo justo entre la caricia y el paseo distraído de unos
dedos que se aburren.
No; no es
como ha empezado; es como acaba. No es el silencio de su complicidad lo que yo buscaba, ni la acuosidad de
su mirada enamorada. No es tan siquiera como acaba, sino como transcurre lentamente el
tiempo entre cada uno de sus pestañeos, tan perpetuado una y otra vez en mi memoria
que ya no sé ser yo si no es con ella.