viernes, 24 de febrero de 2012

La vecinita

Todos tenemos "una vecinita". En mi caso particular han sido muchas y muy variadas "mis vecinitas". La que ahora me ocupa es la última en instalarse a escasos metros de mi puerta. Se me desboca el corazón cuando escucho su puerta y he de reconocer que en algunas ocasiones incluso he llegado a espiarla por la mirilla.
Sé que para algunos puede ser una especie de sueño erótico, un fetiche, una fantasía deliciosamente tentadora; y que debería de sentirme halagado por sus continuas visitas en reclamo de atenciones; pero me acobarda una mujer así. Es así de simple: Me acojono cada vez que la espío desde detrás de mi puerta.
 Mi "vecinita" más que un sueño se está convirtiendo poco a poco en un constante motivo de inquietud.. Soy consciente de que no es correcto hablar a espaldas de la gente; pero necesito descargar toda la tensión que me produce la simple idea de imaginármela una noche más aporreando insistentemente mi puerta en reclamo de unas atenciones que me siento incapaz de darle. No acepta una negativa; he intentado darle largas con respuestas evasivas; pero nada funciona... Ella sigue viniendo insistentemente una noche tras otra con las disculpas más vanales. La semana pasada me dijo que se había dejado olvidadas las llaves en su casa (si; la invité a pasar a mi casa... ¿Qué otra cosa podía hacer?). No es la primera vez que sucede y me consta que no soy el único al que ha pedido cobijo; pero no me siento celoso por ello. Lo que realmente me ha dejado sin habla ha sido una de sus últimas peticiones...
Serían aproximadamente las ocho de la tarde cuando se me planta desafiante ante el marco de mi puerta y me espeta un: "Necesito que me ayudes a subirme las medias". Imagínate la situación: Mi mujer observándome incrédula desde el sofá del salón, el peque haciendo un paréntesis en su hasta el momento inmejorable representación de uno de sus capítulos favoritos de Ben 10, su gato maullando zalamero y frotándose entre mis piernas y la sartén acabando de carbonizar unas croquetas que más bien parecían conguitos...¿Qué hubieses hecho tú? Pues no; no se las subí; ni le abroché el maldito botón de sus pantalones cuatro tallas más pequeños de lo que le correspondían, ni volví a entrar en su casa a ponerle las zapatillas después del paseo de la tarde; ni volveré a tener que negarme a quitarle las puñeteras medias de descanso. Me da igual que tenga setenta años y esté medio loca. Me dá igual que se aburra en su casa y no tenga con quien hablar. Esa tarde cruzó todas las barreras que mi educación se sentía obligada a franquearle. Ese día me convertí en otro de esos vecinos asquerosos y a los que siempre he odiado que se limitan a espiarte desde la seguridad de su puerta acorazada fingiendo que no están en casa.

1 comentario:

  1. jajajajajaajajaa

    me muero!!!!

    QUÉ GENIAL ESTÁAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!

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