Siempre he presumido de que se me dá bastante bien la cocina. Es un arte que respeto muchísimo y con el que coqueteo en ocasiones; pero como todo en esta vida la cocina también tiene ciertas contraindicaciones. Hoy voy a contar la fábula de la tortilla de nueve huevos y el cólico hepático.
Allá por los años noventa (a finales del siglo XX) yo era aún un adolescente inquieto y atrevido. Nada me asustaba ni me parecía peligroso; y mucho menos una inocente tortilla... ¡Qué equivocado que estaba!
Recuerdo que en aquella época estaba muy atareado perfeccionando la elaboración de mi tortilla de patata. Eso se traduce en sartenes pochando cebolla y patatas picadas día y noche a un ritmo constante y frenético. (Siempre he sido un poco obsesivo con las cosas que me gustan; algún día hablaré de mi primer Penthouse).
Bueno; el caso es que mi familia sufría en silencio las consecuencias de mi desmedida obsesión temporal por la tortilla de patata con el mismo estoicismo con el que habían afrontado el perfeccionamiento del flan de sobre y las natillas de chocolate. Nunca me lo han dicho, pero sé que aquella tarde lo que pasó solamente es achacable a la presión en la que estaban sometidos...
Como iba diciendo esa tarde yo estaba solo en casa ante unos fogones que me tentaban como una concupiscente y libertina diosa de ébano. El hipnotizante brillo del aceite de oliva me empujó hacia la bolsa de patatas obligándome a pelar compulsivamente una patata tras otra hasta que no quedó ninguna; y sin que me diese cuenta la sartén me abdujo a su terreno. Perdí la noción del tiempo; y cuando desperté de ese letargo febril apareció como por arte de magia una hermosa tortilla de patatas de nueve huevos. Su aroma era delicioso, y el huevo se había cuajado formando una especie de malicioso puzzle en el que los tonos dorados se fundían con los ocres y los marrones. Era una auténtica obra de arte. Mis papilas gustativas empezaron a sudar y un auténtico tsunami empezó a correrme por la laringe. Desde ese momento supe que tenía que hacerla mía...
Por aquel entonces no existían aún los teléfonos móviles (al menos en mi casa, porque yo como bien sabeis siempre he sido "de provincias"), así que mi familia no pudo avisarme de que esa noche iban a llegar un poco más tarde a casa. Esa falta de medios técnico fué la culpable de que mi frustación me empujase a devorarla como un dios Saturno devoraría a sus hijos; sintiéndome triste y culpable a la vez, pero obligado por las circunstancias. No podía permitir que una obra de arte como esa se quedase relegada a un segundo ó tercer plato.
Cuando le explicaba al médico de cabecera lo que había hecho éste meneaba reprobatoriamente la cabeza a un lado y a otro limitándose a decir: "Nueve huevos... Pa haberse matao...". No me maté, no... pero me puse amarillo como Piolín y estuve jodido del hígado más de dos semanas...
Moraleja: Cocina siempre la cantidad justa en función de las circunstancias, y asegúrate de regalarle un móvil a cada uno de los miembros de tu familia.
En este desván vuelco todo aquello que vá apareciendo de manera caótica por mi cabeza. Dejo esparcidos mis pensamientos a la espera de que entre todos podamos recomponerlos construyendo algo útil. Gracias por tu ayuda. Si has llegado hasta aquí considérate bienvenid@
sábado, 25 de febrero de 2012
Febrero 2012
Hace meses que no oigo lo que dices.
Es la noche, y su silencio, el que agarrota mis sentidos.
Toco mis pies y están fríos,
han perdido por completo sus raíces.
Desdibujado y triste pasa el día,
como un perro que se lame sus heridas
sin importarle estar cargado ya de cicatrices.
¡Todo lo que yo tenía y ya no tengo!
Con sigilo pasa mi vida, como un enorme cocodrilo
que acecha a la
víctima desde su escondite sumergido.
En contadas ocasiones la nostalgia
enciende de nuevo mis manos. Esa magia
me aferra a tu recuerdo como un recién nacido a un marchito
pecho.
Ese recuerdo teje mantas que me arropan,
porque mi conciencia
es huérfana de carne,
y no habrá nada que jamás posea que no tema perder.
Es algo irremediable; ya no hay fuego en mi mirada,
y es que la vida a entrado calando bayoneta en mi remanso
negándome el derecho
a mi descanso de tanto que me aprieta.
Me quedo debilitado como una espiga,
como el cadáver de un mosquito tirado en la cuneta,
incapaz de emitir sonido, falto de sustento.
Entonces apareces tú, y todo cambia,
porque me aportas fortaleza, eres mi alimento.
Toda esa debilidad se va vacía, tal cual vino.
Vuelvo a estar hambriento.
Vuelvo a estar hambriento.
El amor nunca se muere si uno no quiere
Todos los días parecían iguales en la
vida de Silvia Camacho. Todos empezaban con esa claridad prometedora y acababan
en ese ocaso sangriento que le impedía el sueño noche tras noche. “Dale otra
oportunidad”-se repetía engañándose a sí misma “Seguro que se ha olvidado…” “El
amor es lo más grande”.
Todas y cada una de las noches besaba su gastada foto,
guardándola con mimo debajo de su almohada, como si su sola presencia pudiese
hacerle menos fríos sus velados amaneceres. Al despertar siempre venía lo peor, cuando se repetía
desilusionada que solamente había sido un sueño. Al despertar solamente podía
admitir que ansiaba sus besos, sus caricias…
Debería de existir un manual que te enseñase desde niño a
dominar las emociones. Podría dividirse en capítulos, de manera que en los
primeros aprendieses a soñar, a querer, a comprender los sentimientos; siendo
justo también que en el epílogo se
enseñase a olvidar. “Eso estaría bien”-reconoció entristecida.
De la misma manera debería de haber un capítulo especial que
se centrase en el amor. Sería el capítulo más extenso de todos; y en él se
recogerían en pequeños subcapítulos
cosas como la emoción, los nervios, la ilusión del primer beso…”Sería un
capítulo magistral, no me cabe duda”.-pensó -¡Hasta luego, Maria Luisa! Si,
si…voy como todas las mañanas a la cafetería, luego nos vemos…
“¿Y qué hacer con el desamor?”-Cierto…El manual debería de
mostrar los riesgos de quedarte sin amor. La ausencia forzada del amor te deja
vacío como una cáscara marchita. Cuando el amor se va solo queda su ausencia.
Cuando estás enamorado el amor de tu vida te hace sentir importante; pero
cuando el amor se va se lo lleva todo consigo, y el problema es lo importante
que a veces deja de hacerte sentir. “El desamor no lo aprobaría nadie, nadie
está preparado para esa sed devoradora”-Admitió entristecida.
Sumida en sus meditaciones no se había dado cuenta de que
había ya había llegado. “Hasta luego, mi amor…”-le había dicho su amado Xavi
antes de salir disparado por la puerta-“ Me voy, que llego tarde a trabajar.
Nos vemos en el café de siempre, a la
hora de siempre… Te quiero…” Eran las cinco en punto de la tarde. No tardaría
en llegar…
-Buenas tardes…-Musitó al entrar en la vieja cafetería.
-Buenas tardes, Silvia…¿Lo de siempre?
-Lo de siempre, Julián.
Sentada
en su mesa habitual ante su café con leche habitual
esperó ansiosa la llegada de su amado Xavi, escuchando sin querer el
comentario de los animados jóvenes que jugaban a las cartas en la mesa
de al lado:
-Ya está otra vez
aquí “la viuda del Mofrechu”…Mira si estará loca que mi padre dice que lleva
treinta años viniendo aquí a sentarse sola toda la tarde. Solamente mira por la
ventana. Ni siquiera se toma el café…-El grupo coreó a carcajadas su
ocurrencia.
Silvia Camacho volvió a mirar por la ventana mientras una
lágrima se deslizaba por su cara.
Pifia del día
Mi vida está plagada de "pifias" diversas, malentendidos, meteduras de pata... etc etc. La pifia que voy a contar me sucedió hace escasos días.
Hace tiempo que me rondaba la cabeza la idea de comprarme una de esas súper cámaras réflex japonesas que graban en HD y parecen sacar fotos "de concurso", así que un buen día me acerqué a uno de esos centros comerciales que lo tienen todo tan bonito y bien expuesto que te sientes incapaz de salir de allí con las manos vacías (Si; era El Corte Inglés... ¿tú también lo has adivinado?). Bueno; el caso es que no pude resistirme a los encantos comerciales de la chica que me atendió y me llevé una flamante Nikon con dos objtivos.
Después de dos días lloviendo y sin salir de casa ya no veía el momento de estrenarla, hasta que milagrosamente el cielo se abrió; así que harto ya de sacarle fotos al peque decidí salir disparado de casa en busca de uno de esos atardeceres de ensueño a "la ruta del colesterol" que hay al lado de mi casa. Me parecía que al estar al lado de un río y entre árboles podía salvarse alguna foto chula. Craso error.
Error nº1.-El río que fluye cerca de mi casa es el río Nora. En verano suele oler a meados y detritus en descomposición; pero como estamos en invierno yo pensé que bajaría limpio y salvaje. De limpio nada; y de salvaje... lo más salvaje que me pude encontrar fué la increíble acumulación de basura que había ido dejando la riada a lo largo de los días. Una pareja de ánades reales se escondía como podía en el esqueleto de una destartalada nevera que obviamente alguien había decidido que quedaría bien allí tirada. A los ánades no parecía preocuparles pasar la noche dentro de un congelador; pero a mí si que me pareció preocupante ver una nevera en un río. Eso por no hablar de las toneladas de envases y bolsas de plástico, los restos de papel higiénico, etc, etc...
Error nº2.-Subestimar la helada que empezaba a caer a la orilla del río en ese anochecer tan despejado. Una sudadera de algodón y una camiseta de manga corta son poca cosa debajo de un chubasquero cuando la temperatura baja de cero grados centígrados. El dolor de manos, pies y orejas me lo hicieron saber antes incluso de que misteriosamente desapareciesen todos los colesterosos que pululaban hacía escasos minutos por doquier.
Error nº3.-Decidir que lo mejor para combatir el frío en la orejas podría ser taparme la cabeza con la capucha de la sudadera. ¿Os he contado que llevaba mi flamante cámara recién estrenada colgando del cuello con una correa?
Error nº 4.-Pensar que una cámara réflex es de plástico e irrompible. Pensar que un objetivo de 200 milímetros puede llegar a ser irrompible y sumergible a 200 metros.
Error nº5.-Decidir que pagar un seguro a todo riesgo por la cámara era un gasto que me quería endosar la chica del Corte Inglés porque me había visto cara de provinciano.
Error nº 6.-Ser tan iluso de creer que vá a colar mi surrealista historia de que el objetivo "ya venía así cuando lo compré" mientras pongo mi mejor cara de inocencia. Ya estoy buscando ofertas en los periódicos de compra venta para que mi mujer no me vuelva a repetir eso de "Ya te lo decía yo"
Hace tiempo que me rondaba la cabeza la idea de comprarme una de esas súper cámaras réflex japonesas que graban en HD y parecen sacar fotos "de concurso", así que un buen día me acerqué a uno de esos centros comerciales que lo tienen todo tan bonito y bien expuesto que te sientes incapaz de salir de allí con las manos vacías (Si; era El Corte Inglés... ¿tú también lo has adivinado?). Bueno; el caso es que no pude resistirme a los encantos comerciales de la chica que me atendió y me llevé una flamante Nikon con dos objtivos.
Después de dos días lloviendo y sin salir de casa ya no veía el momento de estrenarla, hasta que milagrosamente el cielo se abrió; así que harto ya de sacarle fotos al peque decidí salir disparado de casa en busca de uno de esos atardeceres de ensueño a "la ruta del colesterol" que hay al lado de mi casa. Me parecía que al estar al lado de un río y entre árboles podía salvarse alguna foto chula. Craso error.
Error nº1.-El río que fluye cerca de mi casa es el río Nora. En verano suele oler a meados y detritus en descomposición; pero como estamos en invierno yo pensé que bajaría limpio y salvaje. De limpio nada; y de salvaje... lo más salvaje que me pude encontrar fué la increíble acumulación de basura que había ido dejando la riada a lo largo de los días. Una pareja de ánades reales se escondía como podía en el esqueleto de una destartalada nevera que obviamente alguien había decidido que quedaría bien allí tirada. A los ánades no parecía preocuparles pasar la noche dentro de un congelador; pero a mí si que me pareció preocupante ver una nevera en un río. Eso por no hablar de las toneladas de envases y bolsas de plástico, los restos de papel higiénico, etc, etc...
Error nº2.-Subestimar la helada que empezaba a caer a la orilla del río en ese anochecer tan despejado. Una sudadera de algodón y una camiseta de manga corta son poca cosa debajo de un chubasquero cuando la temperatura baja de cero grados centígrados. El dolor de manos, pies y orejas me lo hicieron saber antes incluso de que misteriosamente desapareciesen todos los colesterosos que pululaban hacía escasos minutos por doquier.
Error nº3.-Decidir que lo mejor para combatir el frío en la orejas podría ser taparme la cabeza con la capucha de la sudadera. ¿Os he contado que llevaba mi flamante cámara recién estrenada colgando del cuello con una correa?
Error nº 4.-Pensar que una cámara réflex es de plástico e irrompible. Pensar que un objetivo de 200 milímetros puede llegar a ser irrompible y sumergible a 200 metros.
Error nº5.-Decidir que pagar un seguro a todo riesgo por la cámara era un gasto que me quería endosar la chica del Corte Inglés porque me había visto cara de provinciano.
Error nº 6.-Ser tan iluso de creer que vá a colar mi surrealista historia de que el objetivo "ya venía así cuando lo compré" mientras pongo mi mejor cara de inocencia. Ya estoy buscando ofertas en los periódicos de compra venta para que mi mujer no me vuelva a repetir eso de "Ya te lo decía yo"
viernes, 24 de febrero de 2012
La vecinita
Todos tenemos "una vecinita". En mi caso particular han sido muchas y muy variadas "mis vecinitas". La que ahora me ocupa es la última en instalarse a escasos metros de mi puerta. Se me desboca el corazón cuando escucho su puerta y he de reconocer que en algunas ocasiones incluso he llegado a espiarla por la mirilla.
Sé que para algunos puede ser una especie de sueño erótico, un fetiche, una fantasía deliciosamente tentadora; y que debería de sentirme halagado por sus continuas visitas en reclamo de atenciones; pero me acobarda una mujer así. Es así de simple: Me acojono cada vez que la espío desde detrás de mi puerta.
Mi "vecinita" más que un sueño se está convirtiendo poco a poco en un constante motivo de inquietud.. Soy consciente de que no es correcto hablar a espaldas de la gente; pero necesito descargar toda la tensión que me produce la simple idea de imaginármela una noche más aporreando insistentemente mi puerta en reclamo de unas atenciones que me siento incapaz de darle. No acepta una negativa; he intentado darle largas con respuestas evasivas; pero nada funciona... Ella sigue viniendo insistentemente una noche tras otra con las disculpas más vanales. La semana pasada me dijo que se había dejado olvidadas las llaves en su casa (si; la invité a pasar a mi casa... ¿Qué otra cosa podía hacer?). No es la primera vez que sucede y me consta que no soy el único al que ha pedido cobijo; pero no me siento celoso por ello. Lo que realmente me ha dejado sin habla ha sido una de sus últimas peticiones...
Serían aproximadamente las ocho de la tarde cuando se me planta desafiante ante el marco de mi puerta y me espeta un: "Necesito que me ayudes a subirme las medias". Imagínate la situación: Mi mujer observándome incrédula desde el sofá del salón, el peque haciendo un paréntesis en su hasta el momento inmejorable representación de uno de sus capítulos favoritos de Ben 10, su gato maullando zalamero y frotándose entre mis piernas y la sartén acabando de carbonizar unas croquetas que más bien parecían conguitos...¿Qué hubieses hecho tú? Pues no; no se las subí; ni le abroché el maldito botón de sus pantalones cuatro tallas más pequeños de lo que le correspondían, ni volví a entrar en su casa a ponerle las zapatillas después del paseo de la tarde; ni volveré a tener que negarme a quitarle las puñeteras medias de descanso. Me da igual que tenga setenta años y esté medio loca. Me dá igual que se aburra en su casa y no tenga con quien hablar. Esa tarde cruzó todas las barreras que mi educación se sentía obligada a franquearle. Ese día me convertí en otro de esos vecinos asquerosos y a los que siempre he odiado que se limitan a espiarte desde la seguridad de su puerta acorazada fingiendo que no están en casa.
sábado, 4 de febrero de 2012
Asistir al nacimiento de algo es el hecho más grandioso que conozco. Asistir al nacimiento de las ideas es algo apoteósico cuando es compartido. Hasta hoy mismo yo siempre había sentido miedo a liberar ese torrente de pensamientos que todos tenemos; y mucho más ante unos extraños; pero ¿de qué sirven todas esas ideas si no las exteriorizamos? Dejemos de ser extraños los unos para los otros, compartamos ideas. Yo empezaría con algo simple. ¿Qué tal un poema?
Madre
Madre… cuando tengo frío a tí
acudo,
cuando el alma escuece, y el
silencio
llena de arena mis pupilas. Eres
mi escudo,
el firme muro que mi esencia
encierra.
Las estrías de tu pecho son
testigo
de semillas firmes en vientre
terso;
mudos testigos de que el tiempo
hace su camino en sentido inverso.
Comencemos este viaje, pues no me
asusta
que tú vuelvas a ser niña y yo
más viejo;
que la vida se proyecte ampliada
en este espejo.
Madre… aún hay fuego en tu
mirada,
reflejos de una belleza rabiosa,
una llamada
que angustiosa busca salida de su
cárcel.
No en vano encierra su misterio;
y ese ángel
lanza una mirada furtiva hacia
adelante.
No es aún tarde para nada.
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