viernes, 11 de marzo de 2016

Las Reliquias del Silencio. Capítulo final.







Capítulo
44

E
l vasco estuvo reunido con su hija hasta bien entrada la medianoche. A pesar de todos los esfuerzos de Dolores se habían negado a aceptar otra cosa que no fuesen unas simples botellas de agua por toda cena. Zadornín empezaba a mostrarse impaciente cuando al fin apareció su padre. Por más que lo intentamos no fuimos capaces de descifrar el hierático rostro del empresario. La reunión tanto podría haber sido un acierto como un fracaso completo. Desde el rellano de las escaleras Iñaki se limitó a indicarle a su hijo que estaba listo para irse, indicación que fue interpretada con la eficiencia que de seguro se esperaba de él; puesto que en menos de un minuto le esperaba con la portezuela del coche abierta de par en par. En todo ese tiempo el vasco no cruzó ni una sola palabra con nosotros, absorto en sus propios pensamientos.
—Parece un poco antipático —comentó en tono confidencial Rubén en cuanto se hubo ido.
—Debe de ser que está un poco nervioso. Yo lo estaría… —contestó con prudencia Judith en el mismo tono reservado—. Imagínate que te dicen a ti que tienes una hija después de treinta y pico años.
—Yo conozco perfectamente al señor Bengoechea —intervino con suavidad la directora—. Es un hombre bastante serio, pero hoy estaba inusualmente tenso. Normalmente se comporta con mucha normalidad y corrección. Hoy ha sido un poco grosero con vosotros, pero supongo que es debido a que la reunión no ha ido todo lo bien que él podría desear.
—Deberías de subir a su habitación, Balagar… —propuso Judith un poco preocupada—. Es posible que ahora esté disgustada y necesite compañía.
—Tienes razón —admití—. Que tengáis buenas noches…
Estaba a punto de iniciar el ascenso a las escaleras cuando Penélope se me adelantó. Bajaba las escaleras con paso firme y seguro. Una expresión serena adornaba su rostro. Venía vestida con un pijama de cuadros de corte masculino y sin maquillar, calzada con unas zapatillas a juego. En ese momento comprendimos que había aceptado esa residencia como su nuevo hogar, y que nosotros éramos a partir de ese instante su nueva familia. No hizo falta que lo dijese; todos lo leímos en la calurosa mirada que nos dispensó.
—Tranquilos, no os preocupéis, —dijo, mientras acababa de recorrer el último tramo de las escaleras—. Iñaki parece un hombre íntegro y honrado. Hemos estado hablando sin parar durante todas estas horas y parece ser el tipo de persona que se merece una oportunidad. Es pronto aún para referirme a él como “mi padre”, pero estoy segura de que con el tiempo acabaremos llevándonos bien.
El aliento retenido en nuestras gargantas se escapó aliviado estallando en un suspiro colectivo y sincronizado. Penélope había aceptado tomar el testigo en una carrera para la que no había sido preparada; pero que sin duda alguna estaba capacitada para afrontar perfectamente.
—Díselo, Balagar… —me animó Rubén, dándome un pequeño codazo.
—¿Qué es eso que tiene que decirme? —solicitó con curiosidad Penélope, mientras depositaba un pequeño beso en mis labios—. ¿No puede esperar hasta mañana?
—Lo de la capilla…—se me adelantó Rubén excitado—. Balagar y yo hemos estado en la capilla… —exclamó—. No te vas a creer lo que hemos encontrado allí, Penélope. ¡Tienes que acompañarnos!
—¿Ahora? —contestó ella, extrañada.
—¡Si…! ¡Ahora…! ¡Ahora mismo! —palmoteó excitado Rubén, abalanzándose sobre ella—. ¡Vas a alucinar con lo que hemos encontrado! ¡No te lo imaginas! ¡Es el colofón perfecto para un día perfecto! ¡Considéralo nuestro regalo de cumpleaños!
Rubén salió disparado de la residencia, arrastrando con él a una divertida Penélope, que fingía estar enojada por medio de unas tímidas protestas. Un nutrido grupo les seguíamos a corta distancia, contagiados por su entusiasta excitación. A la luz de las linternas y de los cirios la capilla adoptaba un aspecto fantasmagórico. Su gótica silueta se recortaba humilde pero a la vez majestuosa; protectora y peligrosa a la vez.
Corrimos hasta llegar a las puertas del pequeño templo, momento en el que cesaron repentinamente las risas y las bromas. Dolores y Gema se apartaron abriendo un respetuoso pasillo para que Penélope y yo fuésemos los primeros en entrar, seguidos por Rubén y Judith, que avanzaban cogidos de la mano como dos colegiales.
Penélope se dejó guiar con docilidad, dejando que la condujese mansamente y sin mediar palabra hasta llegar al pasillo lateral izquierdo del altar. Inmóviles ante la desconcertante estatua de la diosa guerrera parecíamos una más de las sombras empeñadas en pasar desapercibidas en el interior de la sagrada ermita. Rubén enfocó directamente con su linterna la amenazadora imagen de cobre, arrancándole unos flamígeros destellos sanguinolentos.
—¡Ahí la tienes! —susurró entusiasmado, apuntando con su dedo índice al corazón de la diosa.
—¿Qué se supone que tengo que ver? —preguntó desorientada Penélope sin entender nada.
—“Tu legado descansará eternamente allí donde yace y descansa la sangre de los Tudela. Busca en tu origen el triunfo de los Tudela, y tu alma sonreirá glorificada”—recité de memoria, mientras la miraba fijamente a los ojos.
—Eso es lo que ponía en la nota de mi abuelo, pero no acabo de entender el motivo de tanta excitación por una simple estatua.
—¿Aún llevas encima la llave que te entregó tu abuelo?
—¿La que abría la caja de caudales con su testamento? Por supuesto —respondió—. Siempre la llevo encima… —dijo, mientras se descolgaba del cuello la pequeña figura con forma de unicornio.
—¿Ves ese orificio de allí? —le dije, indicando con el haz de la linterna la pequeña cerradura camuflada en el pecho de la estatua.
—Sí…
—Rubén y yo creemos que tu llave abre esa cerradura. Si nuestras teorías son acertadas algo sucederá cuando gires esa llave. Algo que te conducirá directamente al origen de tu sangre, a tus antepasados…
—¡Estáis locos!
—¿Acaso pierdes algo por intentarlo?
—¡Vamos, vamos…! ¿Qué puedes perder? —la animó Judith.
La llave encajaba a la perfección en la cerradura. Penélope la giró lentamente consciente de que nuestros ávidos ojos no se perdían detalle. La llave desplazó unos cerrojos internos y algo se movió bajo nuestros pies. La estatua desapareció engullida por una inesperada oscuridad. Un intenso olor a humedad y moho nos hizo arrugar la nariz a todos. Rubén fue el primero en abalanzarse en dirección a la estrecha cavidad que había quedado al descubierto al correrse las pesadas piedras de losa que rodeaban el hueco que anteriormente ocupaba la estatua. El aire viciado del interior de la hendidura no supuso un problema para él, puesto que le vimos desaparecer sin ningún reparo como si le hubiese tragado la tierra. Pasado el primer momento de estupefacción yo decidí seguir su ejemplo. Los gastados escalones de piedra estaban resbaladizos a causa de la humedad; pero a la luz de mi linterna pude observar que el descenso no era muy acusado. Apenas eran cuatro metros de altura, ganados a la roca escalón a escalón. Calculé que serían al menos quince escalones. Penélope me seguía aferrada a mi cintura, temblorosa a causa de la excitación. Rubén se había quedado maravillado a los pies de la improvisada escalera de piedra, moviendo su linterna de un lado a otro de una forma caótica y desordenada.
—¡Debo de estar soñando! —balbuceó, en cuanto llegamos a su lado—. ¡Estamos en la cripta original de la capilla! ¿Veis todas esas inscripciones? ¡Algunas son incluso anteriores a la ocupación musulmana!
—¿Por qué huele así? —preguntó Penélope, tapándose la nariz.
—Por la falta de oxígeno. La acción de las bacterias al descomponer la carne quema mucho oxígeno. No se debieron de dar cuenta de ese detalle a la hora de construirla, porque una buena ventilación hubiera evitado este problema —informó Rubén con autoridad—. Mientras esté abierta la trampilla de la entrada no debemos preocuparnos —añadió.
—¿Has dicho bacterias comiendo carne? —repitió ella, visiblemente asqueada.
—Lo siento, Penélope; pero he de informarte que estamos ante la tumba de tus antepasados. Me temo que tienes un árbol genealógico verdaderamente impresionante —Rubén se puso a examinar las inscripciones con atención.
—¡Dios Bendito! —exclamó, frotándose los ojos con estupefacción—. ¡Esto es increíble!
—¿Qué has encontrado? —pregunté lanzándome hacia él.
—¡Mira esto, Balagar! ¡Es increíble! Penélope… ¿Crees en las casualidades?
—No mucho, Rubén. ¿Por qué me lo preguntas?
—Por esto… —respondió Rubén, señalando una enorme losa de piedra grabada a cincel en el duro suelo de roca.
—¿Qué pone? —pregunté, al comprobar que estaba escrito en unos caracteres ilegibles para mí.
—Aquí pone que estamos en un lugar sagrado, venerado por el pueblo vascón desde antes incluso de la creación de Pompaelo por los romanos.
—¿Pompaelo? —repetí como un autómata.
Pompaelo, Balagar, es lo mismo que Pamplona… —replicó entusiasmado Rubén, con un brillo febril en la mirada—. A continuación expone la triunfal victoria de los vascones ante las tropas de Carlomagno en Roncesvalles. ¿Adivinas la fecha en la que se produjo esa batalla tan trascendental, Balagar? ¡Penélope; escucha bien porque esto te interesa a ti también…!
—Ni idea… —admitimos los dos a dúo.
—El 15 de agosto… El 15 de agosto del año 778.
Nos quedamos sin palabras. A veces la vida te hace dudar de tus propias convicciones. Las palabras de Rubén quedaron retumbando sordamente, absorbidas por el eco centenario al cabo de unos segundos. El tiempo pareció detenerse, como si las alas que sostenían nuestra vida se hubieran visto sesgadas de repente. Cada uno de nosotros se quedó sumido en sus propios pensamientos, anclado a la certeza de que muchos sucesos ocurren de forma aparentemente fortuita sin que nos molestemos en averiguar la naturaleza que les ha empujado a nuestras vidas. En el caso de Penélope muchas casualidades se habían aunado para que se encontrase allí en aquel preciso instante.
Nos sacó de nuestro mutismo Judith, que iniciaba el descenso un poco preocupada por nuestro silencio.
—¿Va todo bien ahí abajo? —vociferó expectante.
—Sí, sí… No te preocupes —reaccionó Rubén, volviendo a retomar su labor de guía e intérprete.
El resultado de nuestra primera investigación arrojó unos resultados ciertamente sorprendentes. La cámara en la que nos encontrábamos se extendía varios cientos de metros por debajo de la capilla, ocupando una extensa cavidad natural. La estancia principal era la más amplia; y se encontraba justo por debajo de la cripta en la que descansaban los cuerpos de Miguel Ángel; Leonor y Ana María Tudela rodeados de sus antepasados más inmediatos. Rubén contabilizó más de un centenar de nichos excavados en la roca, de diversa antigüedad y trascendencia, acompañados de sus joyas y armas; pero el hallazgo más sorprendente lo hizo Judith de casualidad al iluminar con su linterna un pequeño foso. En el fondo de la oquedad brillaban centenares de monedas y gemas preciosas, mezclados en un confuso mosaico.
El valor histórico de nuestro hallazgo podría cambiar los anales de la historia, demostrando la existencia de una monarquía vascona anterior a la ocupación romana; que habría sobrevivido a los visigodos y a los musulmanes al margen de todas las crónicas conocidas hasta ese momento.
El valor numismático de las monedas era incalculable y a Rubén le llevó varios meses contabilizar y ponderar la riqueza de los tesoros que acabábamos de descubrir. Muchas de las monedas eran objetos únicos en su género, acuñaciones endémicas de la zona, perdidas en el transcurrir de los siglos; pero el suceso más impactante tuvo lugar solamente unas horas después de nuestro primer descubrimiento.
A la mañana siguiente de encontrar el pasadizo habíamos decidido regresar a la cripta para comenzar el inventario de todas las riquezas que custodiaban las entrañas de la tierra. Rubén se había equipado de varios pinceles, así como de varios picos y palas. Había llamado a varios colegas de la facultad esa misma noche solicitando su ayuda, puesto que algunos de ellos eran licenciados en Arqueología, en Historia y en cosas por el estilo. Habíamos decido no informar de nuestro hallazgo a las autoridades hasta estar bien seguros de lo que teníamos entre manos; puesto que la experiencia de Penélope con los representantes de las fuerzas públicas la había hecho recelosa y desconfiada.
Poco a poco iban llegando los amigos de Rubén; y se fue haciendo más evidente que mi presencia allí solamente era un estorbo, así que me pareció una buena idea salir a pasear con Balbi. Ella se merecía más que nadie compartir la experiencia de nuestro hallazgo. Además, tenía la secreta esperanza de que la potente energía telúrica que se escapaba a borbotones de la cripta pudiese resultarle de provecho. Balbi no había evolucionado nada en las últimas semanas, y nuestra primera visita al Hospital universitario navarro había arrojado unos resultados más bien poco halagüeños, así que después de pasarnos un par de horas deambulando por el jardín la conduje directamente a la capilla.
—Mira, Balbi… —le susurré cariñosamente al oído, consciente de que posiblemente no me escuchase—. Aquí es donde hemos encontrado el tesoro familiar de los antepasados de Penélope. El dinero para tu tratamiento no será jamás un problema. Ni para ti ni para nadie, porque ha dicho que destinará toda su fortuna en ayudar a personas como tú de manera gratuita.
—Sí, ya lo sé… —me contesté a mí mismo—. Es una noticia maravillosa. También ha dicho que podremos acoger a todas las mujeres con problemas domésticos que Gema decida ir aceptando. Por cierto —susurré cuando nos topamos con la figura de la Virgen, que ocupaba el altar mayor de la capilla—, he hecho una promesa a la Santina a cambio de tu recuperación. Algún día te lo contaré mientras nos tomamos una cerveza… Nos quedan muchas fiestas que montar. Te vas a poner bien, cielo. Te vas a poner bien...
—Quiero que sepas que Sergei ha pagado por lo que te ha hecho —añadí emocionado— y que Ella me ha perdonado. Lo sé, no me digas por qué…
Animado por el silencio reinante en la capilla hice una cosa que quizás no debería haber hecho. Sacando el pequeño teléfono móvil de mi bolsillo le reproduje a Balbi las imágenes que había captado de Sergei segundos antes de que fuese esposado por la policía. Me dio la impresión de que la carótida de Balbi se desbocaba, y que las pupilas de sus ojos se esforzaban en fijarse en algún punto situado por encima de nuestras cabezas. Elevando la vista pude observar un extraño reflejo naciendo a la altura de los ojos de la Virgen; y algo parecido a una gota de condensación comenzó a arrollarle el rostro. Si yo fuese más creyente hubiese afirmado que era una lágrima. Nunca lo sabré. Lo único que sé es que Balbi extendió poco a poco su temblorosa mano con dificultad y musitó:

—Gracias.

6 comentarios:

  1. hola! desde argentina te saludamos un par de buhas que estaban curioseando y se engancharon en tus letras. hermosos. todo el relato y el blog. te invitamos a nuestra morada cuando gustes. si nos permites seguiremos sobrevolando por aqui... abrazo.

    ResponderEliminar
  2. hola! desde argentina te saludamos un par de buhas que estaban curioseando y se engancharon en tus letras. hermosos. todo el relato y el blog. te invitamos a nuestra morada cuando gustes. si nos permites seguiremos sobrevolando por aqui... abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola!! Me parece perfecto. No conozco ningún desván que se precie en el que no habite un buho... Si el búho es de género femino mejor todavía, y siendo una pareja acepto encantado vuestras visitas. Sois y seréis bienvenidas siempre. Ahora mismo me acerco a vuestro espacio a dejar mi huella, y, con vuestro permiso, me quedo por allí también. Muchas gracias. Un fuerte abrazo. ;)

      Eliminar
    2. Hola!! Me parece perfecto. No conozco ningún desván que se precie en el que no habite un buho... Si el búho es de género femino mejor todavía, y siendo una pareja acepto encantado vuestras visitas. Sois y seréis bienvenidas siempre. Ahora mismo me acerco a vuestro espacio a dejar mi huella, y, con vuestro permiso, me quedo por allí también. Muchas gracias. Un fuerte abrazo. ;)

      Eliminar
  3. Buenos días, estás nominado a los Liebster Award para que la gente conozca más tu blog, te dejo la información en este enlace http://larocamasdiamantedelmundo.blogspot.com.es/2016/05/liebster-award.html un saludo

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias, Sara. Acabo de leerlo... He pasado un largo exilio, alejado de redes sociales, me temo... 😉

    ResponderEliminar

Ayúdame a poner un poco de orden en este caótico desván. Exprésate, opina, discrepa, sugiere...