He salido a pasear, y me ha inundado la oscuridad de esta tarde de otoño. He asistido a la tristeza y la soledad de almas que ya creía curadas por completo, y a pesar de lo inhóspito del decorado he vuelto a encaminar mis pasos al callejón de los orgasmos sin abrazos. Entre pieles salvajes y confuso maquillaje me han tentado maullando cientos de lenguas, y aunque no te lo parezca se me han antojado tigres al acecho agazapados.
Camino bajo luces de neón, y mis pies descalzos resbalan en su loca huida, enredadas sus raíces con la inmundicia del asfalto. Veo rostros embozados que me llaman a gritos, pero sus extraños acentos me resultan extraños e interesados. Es el caos, el caos de nuevo que se adueña de mi orden; y mi vista consumida trabaja duro y sin descanso en busca de un mundo menos caótico y con un mínimo de seguridad. Toda mi serenidad tiembla aterida, y es que asisto con rechazo a los deshaucios de parejas calcinadas por pirómanos sádicos sin alma. Gordos buitres de rechonchas manos llevan sus gordezuelos dedos a sus panzas mientras rien al compás de sus joyas incautadas; y a nadie parece importarle nada...
La lluvia decide inundarme, y mi conciencia boquea pisoteada y moribunda desde el charco más cercano. No he podido rescatarla a tiempo, y se ha cubierto de pellejos y de uñas que flotaban arrancadas. He vuelto corriendo en busca de la seguridad de mi guarida, y como un animal herido he pasado mi lengua reconociendo el sabor metálico de las cadenas que nos tienen oprimidos. Ha regresado la musa de otoño, la que viaja con los huracanes y arranca con sus torpes manos la hojarasca que oculta el calendario. Ha borrado fechas y santos, dejando en su lugar una improvisada cuartilla en blanco. Hacía tiempo que no sentía este deseo de desmembrar mis pensamientos en una carnicería en lo que todo queda expuesto y desordenado. Es nuevamente el caos el que maneja mis manos dando forma y amoldando retales de gloria y verguenza a partes iguales, tratando de envolverlos en un atrayente celofán brillante.
Con el paso de los años sé que me resultará atractivo bucear en este turbulento océano de aguas putrefactas, pero mis memorias se ahogan si no las saco a respirar de cuando en cuando, y aunque resulte arriesgado no tengo otro remedio que ofrecerlas desnudas una vez civilizadas, porque la vida salvaje sobrevive a salvo de las miradas propias, pero no de las que no les deben nada.
Me acerco a la ventana, y fugaces partículas de gases y miradas desapasionadas se estrellan contra los cristales en este anodino atardecer de lluvia y Noviembre. Tengo una visión descorcentante en la que tu cuerpo y el mío se levantan unidos, con un espeso círculo de saliva gastada encadenando tu piel a la mía. En silencio nos miramos, y con la mirada encendida y la luz apagada exploramos nuestra piel de todas las maneras posibles, siendo capaz de sorprendernos aún con cada pequeña imperfección ; con cada uno de los pequeños detalles que nos hacen únicos. Me recreo sazonando esa refrecante imagen, con tu sonrisa infinitamente suspendida en la punta de mi lengua ofreciendome como siempre una generosa y entregada vida en pareja. Eres a la vez suave y picante, indómita y dulce como una sutil combinación de concurso gastronómico.
Me he pasado la mitad de mi vida dando vueltas sobre mí mismo sin apenas darme cuenta, con mi aguijón a punto de perforarme ponzoñoso; pero no ha sido un círculo de fuego el que ha amenazado eternamente mis propias contradicciones, sino una errónea e infundada certeza de que algo malo habría de sucederme. Es lo que pasa cuando te estrellas tantas veces contra la felicidad...
Cuando aparté la mirada de los cristales sucios pude verte. Estabas preciosa, empapada en medio de la calle. ¡Habías regresado! ¡Al fin de nuevo en casa! Sentí un nudo en la garganta. Mis temblorosos dedos no acertaban a oprimir el botón de rellamada. Cuando te tuve frente a mí me quedé en silencio. Estabas preciosa, con tus trencitas y tu cara recién lavada. Olías a lavanda y espliego; al rocío de una refrescante madrugada.
-Hola, Balagar...-dijiste con tu eterna timidez. Nada había cambiado. Estabas tal y como yo te recordaba.
-Hola, Esperanza. Hacía mucho que no me visitabas...