sábado, 15 de junio de 2013

Cap. 26 Confesiones de Malasangre (I)







CAPITULO 26

Malasangre maldijo en voz baja su mala suerte. Acababa de llamarle nada más y nada menos que Cardozo, su brutal y despiadado jefe colombiano. Una cosa era tratar con los pequeños gánsteres como Ernesto Zaldumbia y otra muy diferente enfrentarse a uno de los grandes capos como Cardozo. No había podido decirle que no; porque una negativa semejante ante un hombre como él  solo podía significar su sentencia de muerte. La suya y la de todos los suyos; empezando por su mujer María del Mar y por sus hijos. Exhaló otra calada de su porro.
Las volutas de humo envolvieron el pequeño camarote impidiéndole ver la litera de su compañera de viaje. La espesa y acre cortina de niebla casi  les ocultaba por completo  al uno del otro; pero aún así supo que ella estaba deseando lo mismo que él. Llevaban casi dos semanas escondidos en aquél viejo y decrépito buque de carga, esperando que el capitán recibiese de una vez la orden de zarpar y alejarles para siempre de ese maldito país de locos.
Lucía -que así se llamaba- volvía también a Colombia después de haber regentado un populoso bar de alterne en Sama de Langreo. Había sido llamada por sus mismos jefes porque necesitaban renovar periódicamente a las chicas que habrían de servir en sus locales; y ella era la mejor reclutando a chicas jóvenes. Bajo la atractiva promesa de triunfar en España trabajando de modelo  nunca faltaba carne fresca que ofrecer en los sucios mostradores de los puticlubs. Se mantenía elegantemente sentada con las piernas cruzadas a la espera de que su acompañante le ofreciese de nuevo una calada. Evaristo alargó la mano hacia ella sin mediar palabra, notando al momento que el cigarrillo desaparecía de entre sus dedos.
-Una mala llamada, supongo -comenzó ella, con voz melosa.
-En mi trabajo todas las llamadas son malas, Lucita…
-Cálmate, man. Volvemos a casa, Evaristo. Con los nuestros, papito; con los nuestros.
-Yo ya no me voy, Luci. Este viaje al final vas a tener que hacerlo tú solita.
-Lo siento -murmuró ella con un suave hilo de voz-. Acércate, papito. Me gusta cuando te pones serio. Siempre me han gustado los hombres como tú, callados y peligrosos. Me atraes, Malasangre. Hay algo en ti que me emputece
La chica descruzó las piernas entreabriendo un poco los muslos en una explícita y desvergonzada invitación.
Evaristo sintió de repente que la sangre le ardía. Notó una repentina tirantez a la altura de su entrepierna. Un creciente temblor comenzó a invadir su cuerpo.
-Lucía –musitó, mordiéndose el labio inferior, el delincuente.
-Acércate, Malasangre...Tengo algo para ti. Algo bien rico  y que te pondrá bien bravo.
Evaristo sabía de sobra a lo que se refería su acompañante; pero aún así se dejó conducir mansamente a su lado. Llevaban muchos días siendo conscientes de que tarde o temprano acabarían sucumbiendo a la pasión de sus miradas; a la silenciosa llamada de la  piel. Se recreó observando los almendrados ojos color avellana de su reciente compañera, deteniéndose en sus carnosos labios. Unos dientes blancos como la nieve asomaban formando una sugerente y divertida sonrisa. No hicieron falta más palabras, porque cuando la provocativa joven se estiró sobre el estrecho camastro Evaristo supo que ya no había vuelta atrás. Con un cuidado exquisito se tumbó a su lado, acariciando tiernamente un sedoso pelo dorado que estaba llamado a ser revuelto y despeinado con la pasión y el desenfreno que habría de tener lugar de un momento a otro. La chica le recibió alargando su cuello hacia él con un  placentero gemido.
-Eres tan bella –susurró, entrecortado, Evaristo.
-Ya no mames -protestó mimosa la chica-. Sóbame bien duro, que ahora nos toca raspar fiesta. Cállate y hazme tuya. Quiero sentirte, Evaristo. Quiero que me machuques. Aquí. Ahora.
Evaristo Espinosa Mendoza no necesitó más. Emitiendo un gruñido de excitación aprisionó con su huesuda mano uno de los turgentes  pechos  de la muchacha. Ella le contestó con un gemido exhalado directamente en su oído. Un gemido que provocó una auténtica oleada de excitación en su interior. De un violento manotazo liberó los dos pechos de la muchacha de su aprisionador sostén, abalanzándose sobre ellos como un náufrago a un pedazo de roca; buscando con ansiedad unos  abultados pezones que venían, sonrosados y enhiestos, al encuentro de su ávida boca. Mordisqueó durante unos segundos esos pechos, sintiendo que el cuerpo de Lucía se ponía tenso. Un lascivo gemido de satisfacción le indicó que sus atenciones eran bien recibidas. La muchacha arqueó la espalda permitiéndole que saciase su lujuria libremente  mientras se revolvía inquieta frotando sus muslos con los suyos.
El frenético baile que acababan de iniciar había ocasionado que una parte de su cuerpo cobrase vida propia, amenazando  con reventar sus pantalones. Ella misma se encargó de liberar uno a uno los botones de su bragueta  con mano experta. Evaristo aulló como un lobo solitario, dejándose llevar por el placer que la habilidosa joven imprimía con creciente rapidez a un miembro que parecía haberse vuelto loco. Tuvo que hacer un esfuerzo para separarse de ella. Lo hizo con agilidad, de un salto felino.
-Tranquila, mamita… Barájame más despacio.
-Ven, ven y machúcame,  Evaristo. Llevo mucho tiempo esperándote  ya.
Al decir esto la muchacha abrió la mano que le quedaba libre, enseñándole  unas bragas negras de encaje, que arrojó con gesto rápido a un lado del camastro. Evaristo enloqueció por completo, levantándole la  falda por encima de la cintura. Se olvidó por completo de su mujer, de  Cardozo, de Ernesto Zaldumbia y de todo lo que no fuese separar por completo aquel par de muslos morenos que se ofrecían ante él voluptuosos y lúbricos. De un certero empujón se adentró en el interior cálido y húmedo de la muchacha, sintiendo que las piernas de ella le sujetaban con firmeza. La experimentada amazona no tardó en acoplar sus movimientos a los suyos, coreando al unísono en un delirante concierto de jadeantes peticiones, chirriantes somieres y respiraciones entrecortadas. La chica no tardó en hacerse dueña de la situación, colocándose a horcajadas encima de un sorprendido Evaristo; que solamente pensaba en poder estar a la altura de su antagonista carnal. La primera bofetada de la chica le pilló desprevenido. Parecía haberse vuelto loca completamente, gritando totalmente fuera de sí:
-¡Vamos, güevón…! ¡Así, asíííí…! ¡Machúcame, cabrón; quiero que me destroces, animal…!
A partir de ese momento todo fue lamer, chupar, besar y apretar piel contra piel; y un enardecido Evaristo pugnaba por dominar  una situación en la que jugaba con desventaja. Hizo todo lo que pudo  hasta que al cabo de unos minutos una violenta sacudida le estremeció de los pies a la cabeza. Se hizo a un lado con dificultad tras emitir un gozoso gruñido, empapado en sudor y jadeante. La respiración de la muchacha también comenzó a normalizarse, pasando de un entrecortado jadeo a un sibilante y controlado soplido. Ella le miró directamente a los ojos. Fue una mirada sorprendida, cálida y cercana. Una mirada que Evaristo nunca se hubiese esperado de una mujer como ella.
-Lo has hecho bien rico, cabrón.
El halago pareció complacer al sicario, que esbozó una divertida sonrisa.
-¿Pues qué te esperabas, Lucita? Yo soy un ñero, pero tengo mucho mundo…
-No más mundo que yo, Evaristo. Pareces poquita cosa, pero estás muy fuerte. Y más dotado que la mayoría, papito… No son muchos los que consiguen hacerme sudar. Ha estado relindo.
-Píntale como quieras, Lucía –dijo el sicario, rodando hacia un lado del angosto camastro en busca de algo de beber-. Le hemos dado bien duro. Siempre se me ha dado bien la machuca. Serías una buena mujer para mi hijo mayor. Lástima  que no tengamos ese chance.
-Sí, una lástima –afirmó ella con la respiración aún entrecortada-. Ven aquí, Evaristo. Todavía no hemos acabado… ¿Es que me tienes miedo o qué?
-Miedo deberías de tenérmelo tú a mí, Lucía. Tu profesión es dar placer. Yo en cambio soy  experto en provocar miedo. Pero eso ya lo sabes, ven; acércate de nuevo a mí a ver lo que podemos hacer…
 La muchacha siguió obedientemente las indicaciones del relajado asesino, que guió su cabeza hacia más abajo de su ombligo.
Media hora más tarde Lucía descansaba sucia y sudorosa encima del camastro. A su lado yacía adormecido y agotado un Evaristo Espinosa que se encontraba como si un tren de mercancías le hubiese pasado por encima. Ella le acariciaba el rizoso y desordenado cabello de su peludo pecho, observando con curiosidad la imagen de la virgen de Chiquinquirá unida  por un grueso cordón de oro a una virgen de origen español. Una virgen que ella misma había aprendido a venerar tras un viaje de negocios a Covadonga.
-Cuéntame otra vez ese sueño –murmuró, ronroneando como una gata en celo.
-Quiuvo, mamita. No me lo ponga de pa’rriba -rezongó el adormilado Evaristo.
-¿Qué otra cosa podemos hacer, Evaristo? En este cuartucho no hay televisión ni radio y ya estamos cansados de machucar. Cuéntamelo otra vez. Será la última. De verdad…
El sicario se levantó poco a poco, recostándose sobre el codo derecho. El ruido del agua al rozar contra las paredes de acero del buque murmuró pesadamente. Debía de haberse hecho de noche, porque las sirenas del puerto habían empezado a sonar anunciando un nuevo cambio de turno. Alargó la mano hacia debajo del camastro, alcanzando con habilidad una botella de whisky barato  medio vacía. Después de un generoso trago se aclaró la voz. Lucía palmoteó excitada como una niña a la espera de la lectura de un cuento.

4 comentarios:

  1. Muy excitante. Me ha gustado mucho, es...
    Pregunta: los capítulos son parte de un todo? Me gustaría. Lo leería gustosa.
    Un besazo.

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  2. Hola, Nuria. Los capítulos son parte de un todo, un todo que aún se está fraguando a la espera de que mi cobardía le permita ver la luz. Espero que en un par de semanas adquiera su forma definitiva bajo la apariencia de novela negra con tintes romanticómicos. Cuando la tenga aliñada del todo lo colgaré aquí, que es mi pequeña ventana al mundo. Tú has sido una de las primeras visitas que alegraron mi desván, cuando apenas eran unos cimientos mohosos y tambaleantes; así que creo que es justo que te haga llegar un pdf en cuanto lo tenga terminado. Te deseo mucha suerte y mucho ánimo en todas las batallas que tienes ahora mismo por delante. Un fuerte abrazo. Buen fin de semana.

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  3. !!Hola,Balagar!
    Vaya sorpresa,vuelvo de la vida exterior y me encuentro con una historia increible y esplendida.La frase:Siempre me han gustado los hombres como tú, callados y peligrosos. Me atraes, Malasangre. Hay algo en ti que me emputece,es magnifica.Todo esta muy bien,pero esa frase me ha encandilado.me he alegrado de volver a tu espacio y encontrar algo tan divino.Muchos besitos,balagar.

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  4. Hola, Lady!! Tus visitas siempre llenan de vida y de optimismo este polvoriento desván. Me alegro de que la historia te guste.El verbo "emputecer" siempre me ha parecido muy gráfico y sonoro (de hecho creo que la Rae debería incluso adoptarlo, jajajaj. Prometo continuación a muy corto plazo.Cuídate. Un abrazote.

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