viernes, 1 de junio de 2012

La transformación de la niña en diosa.





Muchos fantasean con el origen de Samantha. Dicen que como toda deidad surgió de la Nada, pero yo la he conocido de niña. Tenía otra mirada y otro nombre; pero nadie puede escapar de su pasado. Ni tan siquiera ella…

No recuerdo su nombre real, pero dudo mucho que eso importe. En realidad estoy seguro de que ni ella misma lo recuerda. Se comenta que nunca llegó a conocer a su madre (al menos a la verdadera), y de ser cierto lo que siempre se ha dicho  pasó su infancia (si es que alguna vez la tuvo) en un constante peregrinaje de bar en bar, recogiendo a un padre demasiado borracho como para saber decir hasta aquí hemos llegado. Tuvo que sobrevivir como pudo a una dieta tan baja en cariño que una simple sonrisa hubiese bastado para hacerla sentirse especial; una simple caricia hubiese sido suficiente para olvidar que en su habitación nunca había existido una muñeca con la que jugar.
 Cierto, eso la hizo más fuerte, pero vivía en un ambiente en el que mirarse a los ojos estaba prohibido bajo pena de palizas... En realidad ella no lo podía saber, pero estaba predestinada a ser desgraciada desde el preciso instante en el que el óvulo de su madre fue brutalmente asaltado por un desconocido en el portal de su misma casa, tomando por la fuerza lo que otros se limitaban a pagar.
Dirás que soy cruel; que existen mil maneras diferentes de decirlo sin llegar a ser pueril; pero lo cierto es que  Samantha fué puta antes que niña.
Si; es cierto... Fue engendrada de manera miserable e indeseada por un asaltante desconocido, y su llegada al mundo no pudo ser más indiferente. Lo sé porque ella misma me lo ha dicho. Creo que  me he ganado el derecho a poder contarlo, porque he sido el único amigo que ella ha podido permitirse tener en esta vida.
A los quince años ya era toda una experta conocedora de los deseos más ocultos de los hombres, y las primeras colillas manchadas de carmín se las ganaba rindiendo con sus labios un impúdico culto fálico a un Dios demasiado cruel como para no apartar la mirada asqueado. Yo la conocí cuando era apenas una niña. Tenía la mirada más triste que jamás haya podido ver, y se dedicaba a repartir ofertas de adultos cuando el resto de los niños de su clase éramos apenas unos quichillos. Las tablas de multiplicar se las sabía de memoria, transcurriendo su vida entre las dos malolientes  aguas que partían de la comisura de sus labios, siendo la abeja reina de un auténtico enjambre de sucios pederastas, zánganos cegados por fluidos etílicos , carroñeros de sucios instintos corporales.

Nosotros, como niños que éramos por aquel entonces, también  la llamábamos cosas crueles, porque un paquete de cromos era suficiente para que se abriese de piernas y te enseñase las bragas; y por un paquete de Camel ya no había nada que ocultase su imberbe y desprotegido pubis.

La primera vez que hablé con ella tenía la intención de desprenderme de todos los cromos que tenía repetidos, pero hubo algo que me contuvo. No sé si fue la tristeza de su mirada o su sorprendente voz de niña. Cuando le dije que no quería nada a cambio de mis cromos la sorprendida fue ella, y ese día se limitó a marcharse llamándome gilipollas; pero a la mañana siguiente vino a verme. En el silencio de sus ojos guardaba una promesa de amistad eterna. Nunca hemos necesitado de palabras.
Poco a poco fueron pasando los años, y nos fuimos conociendo cada vez mejor. Ya estábamos acostumbrados al áspero regusto a frío acero de los barrotes en los que vivíamos encarcelados. Ella malviviendo como buenamente podía y yo bienviviendo como malamente podía.Vivíamos ajenos a todo lo que no fuese nosotros mismos, al margen de los comentarios maliciosos de la gente, tan codiciosos el uno del otro que llegamos a sentirnos capaces de matar el uno por el otro. Éso; éso sí que podía llamarse AMISTAD. Con el paso del tiempo la civilización nos fue normalizando, pero hubo un momento en el que llegamos a creernos unos Bonnie and Clyde a la española, robando en los centros comerciales y asaltando a las furtivas parejas en los descampados.
Fue precisamente en una de esas noches de salvaje violencia cuando nos dimos cuenta de que jamás habría algo entre nosotros que no fuese una estricta amistad. Cegados por la excitación del momento nos dejamos llevar por el impulso de la carne. Todo comenzó como un juego de niños, y al abrigo de la noche no supe negarme a sus encantos. Cuando ella me miró con ojos suplicantes no supe negarme, y entre ortigas y picores volví a dejarme llevar por su experta mano, sintiéndome un instrumento a merced de su inquieta pelvis; rozando sus muslos con mi lengua, sintiéndose mis manos complacidas a merced de su placentera marea de lujuria y piel morena. Hicimos el amor hasta quedar exhaustos, como animales en celo, hasta que el dolor nos obligó a entregarnos malheridos el uno en los brazos del otro; y es que no hay mayor tortura que asumir la muerte del amor antes incluso de haber nacido. Velamos su recuerdo de todas las maneras que pudimos, sucumbiendo abrazados como amantes  a un nuevo amanecer en el que todo era posible menos el estar enamorados. Rodeados por millones de estrellas fugaces observamos boquiabiertos sus forzados aterrizajes. Se diría que estaban ansiosas por rasgar el oscuro manto de la noche hasta nuestro colchón improvisado  para allí morir satisfechas.

Esa noche  la hice mía tantas veces como quise y ella quiso, arrojando lejos de mí una máscara de fría indiferencia y presentándome ante ella desnudo y con la piel brillante y tersa, con todos los poros de mi piel deseando ser el velcro de su velluda pelambrera.
Y cuando acabamos volvimos a empezar, como empiezan una y mil veces los cuentos de hadas, sorbiendo con deleite cada glorioso segundo a la sombra de una luna llena que asistía atónica a nuestro rítmico y desenfrenado ritual. Las ramas de los árboles decían entre susurros que jamás habían presenciado nada semejante; y hasta el más minúsculo de los animales se acercó a curiosear. El placer de observar no es exclusivo del género humano; y así es que cuando acabamos un nutrido coro de voces acompañó nuestro descanso.
Ella me preguntó si yo la amaba; y lo cierto es que no supe qué decir.  A partir de ese momento todo cambió.La brillante y cegadora pasión que nos había cautivado en un principio se fue poco a poco convirtiendo en un chispazo solitario y huidizo.  Los párpados y las lágrimas ganaron la batalla a las pestañas, y millones de mariposas huyeron despavoridas de nuestros estómagos, dejándonos convertidos en una simple armazón de piel y huesos. Esa noche ella se convirtió en la deidad oscura que ahora todo lo llena. Lo supe cuando me dijo adiós con los ojos inundados de lágrimas. Lo supe aún antes de saber que no volveríamos a vernos. Lo supe en el mismo momento en el que había sido tan sumamente débil como para sucumbir a su piel morena.

Con ella experimenté por vez primera la ingravidez. Con su marcha supe en carne propia lo que era el vacío. Empezaba como un diminuto poro en las entrañas, y con el paso del tiempo se convertía en una herida abierta en carne viva, una herida por la que fluía escapándoseme la  vida en una aceleración demencial. Quedaron mis talones destrozados en su loco intento por frenar esa caída libre, ese vertiginoso descenso hasta lo más profundo del Averno, y me descubrí a mí mismo desnudo, tan desprotegido como un recién nacido en medio de un desierto. Ella enseguida supo llenar mi vacío con el cariño de unas carteras bien repletas, tan acostumbrada a sobrevivir por sus propios medios que ni tan siquiera fué consciente de que las personas mortales  podíamos  llegar a sufrir de amor.
No sé si Samantha me quiso mal o bien, ni tan siquiera estoy seguro de que llegase a quererme, pero lo cierto es que se ha convertido en un sueño recurrente. Ella es mi diosa noche tras noche, reinando allí donde ninguna más ha podido llegar ni tan siquiera a acercarse. A veces creo que ni tan siquiera haya llegado a existir jamás; pero  no puedo evitar rendirle culto. Ella es mi más ferviente anhelo, y en su altar sucumbo sin remedio prisionero de cada amanecer.

5 comentarios:

  1. No creo qure ella supiese llenar tu vacío, simplemente optó por sobrevivir.
    Ahora me enternece más tu deidad oscura, normal que te obsesione.
    Muy buen relato.
    Un beso.

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  2. Toda obsesión recurrente, por oscura que parezca, tiene un origen inofensivo. Samantha no pudo escoger nunca en su vida. Nadie le dió la oportunidad. Bajo su apariencia de deidad oscura estoy seguro de que sobrevive atormentada una pobre niña que lucha por vencer la soledad. Un fuerte abrazo.

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  3. A pesar de que las circunstancias de la vida la hicieron fuerte, no me sorprende esa pregunta después del coito en el tálamo de yerba ¿me amas?... y es que somos todas tan previsibles, vengamos de la circunstancia que vengamos, cuando nos roza el amor aunque quiera decir sexo, siempre siempre sucumbimos a la necesidad de que nos regalen el oído y nos digan la palabra mágica, sí... es así.
    Gracias, tú si que eres genial :-).

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    1. Gracias a tí. Sabes que siempre eres bienvenida por aquí. Cuando dejemos de creer en el amor dejaremos de vivir; o empezaremos a vivir a medias, porque sin amor y sin pasión no merece la pena vivir.

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  4. Jo, Balagar... Qué texto tan triste!!
    Me encanta eso de que con ella conoció la ingravidez. Es una frase muy descriptiva, a mi parecer! Y me encanta lo bien que lo has escrito, con símiles maravillosos y notándose tu presencia entre cada palabrita. Me encanta!!!

    No entiendo por qué no se quieren un poquito más, si todo sería más fácil!! POr qué será que las relaciones fáciles son aquellas de las que huímos y nos empeñamos en atormentarnos persiguiendo imposibles!

    Y SAmantha...Dios, nos vas a contar algo más de ella? Yo quiero que encuentre algo feliz en su vida!!!!! De hecho yo me inclinaría a que termine por darse cuenta de que ese amiguin es el amor de su vida :P

    Yo voy a intentar aprovechar el finde de soledad en este hostal para abrir el Word de una vez y hacer algo con mi vida literaria ;)

    Un superabrazo, Balagar!

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