En este desván vuelco todo aquello que vá apareciendo de manera caótica por mi cabeza. Dejo esparcidos mis pensamientos a la espera de que entre todos podamos recomponerlos construyendo algo útil. Gracias por tu ayuda. Si has llegado hasta aquí considérate bienvenid@
domingo, 30 de junio de 2013
Hoy he decidido ponerle rostro a Balagar
Hoy he decido ponerle rostro a Balagar. Creo que después de tantos meses hablandoos de mí y de mis cosas es justo que me podáis poner rostro, porque en el avatar de mi perfil solamente se me veía un ojo.
Quiero ante todo daros las gracias a tod@s los que me visitais, porque con vuestro paso y vuestros comentarios me habéis ayudado a "salir del cascarón" y perder ese miedo que me impedía hacer públicas las cosas que escribía. Gracias. Solamente eso. Besos y abrazos (según proceda).
sábado, 15 de junio de 2013
Cap. 26 Confesiones de Malasangre (I)
CAPITULO 26
Malasangre maldijo en voz baja su
mala suerte. Acababa de llamarle nada más y nada menos que Cardozo, su brutal y
despiadado jefe colombiano. Una cosa era tratar con los pequeños gánsteres como
Ernesto Zaldumbia y otra muy diferente enfrentarse a uno de los grandes capos
como Cardozo. No había podido decirle que no; porque una negativa semejante
ante un hombre como él solo podía
significar su sentencia de muerte. La suya y la de todos los suyos; empezando
por su mujer María del Mar y por sus hijos. Exhaló otra calada de su porro.
Las volutas de humo envolvieron
el pequeño camarote impidiéndole ver la litera de su compañera de viaje. La
espesa y acre cortina de niebla casi les
ocultaba por completo al uno del otro;
pero aún así supo que ella estaba deseando lo mismo que él. Llevaban casi dos
semanas escondidos en aquél viejo y decrépito buque de carga, esperando que el
capitán recibiese de una vez la orden de zarpar y alejarles para siempre de ese
maldito país de locos.
Lucía -que así se llamaba- volvía
también a Colombia después de haber regentado un populoso bar de alterne en
Sama de Langreo. Había sido llamada por sus mismos jefes porque necesitaban
renovar periódicamente a las chicas que habrían de servir en sus locales; y
ella era la mejor reclutando a chicas jóvenes. Bajo la atractiva promesa de
triunfar en España trabajando de modelo
nunca faltaba carne fresca que ofrecer en los sucios mostradores de los
puticlubs. Se mantenía elegantemente sentada con las piernas cruzadas a la
espera de que su acompañante le ofreciese de nuevo una calada. Evaristo alargó
la mano hacia ella sin mediar palabra, notando al momento que el cigarrillo
desaparecía de entre sus dedos.
-Una mala llamada, supongo
-comenzó ella, con voz melosa.
-En mi trabajo todas las llamadas
son malas, Lucita…
-Cálmate, man. Volvemos a casa,
Evaristo. Con los nuestros, papito; con los nuestros.
-Yo ya no me voy, Luci. Este
viaje al final vas a tener que hacerlo tú solita.
-Lo siento -murmuró ella con un
suave hilo de voz-. Acércate, papito. Me gusta cuando te pones serio. Siempre
me han gustado los hombres como tú, callados y peligrosos. Me atraes,
Malasangre. Hay algo en ti que me emputece
La chica descruzó las piernas
entreabriendo un poco los muslos en una explícita y desvergonzada invitación.
Evaristo sintió de repente que la
sangre le ardía. Notó una repentina tirantez a la altura de su entrepierna. Un
creciente temblor comenzó a invadir su cuerpo.
-Lucía –musitó, mordiéndose el
labio inferior, el delincuente.
-Acércate, Malasangre...Tengo
algo para ti. Algo bien rico y que te
pondrá bien bravo.
Evaristo sabía de sobra a lo que
se refería su acompañante; pero aún así se dejó conducir mansamente a su lado.
Llevaban muchos días siendo conscientes de que tarde o temprano acabarían
sucumbiendo a la pasión de sus miradas; a la silenciosa llamada de la piel. Se recreó observando los almendrados
ojos color avellana de su reciente compañera, deteniéndose en sus carnosos
labios. Unos dientes blancos como la nieve asomaban formando una sugerente y
divertida sonrisa. No hicieron falta más palabras, porque cuando la provocativa
joven se estiró sobre el estrecho camastro Evaristo supo que ya no había vuelta
atrás. Con un cuidado exquisito se tumbó a su lado, acariciando tiernamente un
sedoso pelo dorado que estaba llamado a ser revuelto y despeinado con la pasión
y el desenfreno que habría de tener lugar de un momento a otro. La chica le
recibió alargando su cuello hacia él con un
placentero gemido.
-Eres tan bella –susurró,
entrecortado, Evaristo.
-Ya no mames -protestó mimosa la
chica-. Sóbame bien duro, que ahora nos toca raspar fiesta. Cállate y hazme
tuya. Quiero sentirte, Evaristo. Quiero que me machuques. Aquí. Ahora.
Evaristo Espinosa Mendoza no
necesitó más. Emitiendo un gruñido de excitación aprisionó con su huesuda mano
uno de los turgentes pechos de la muchacha. Ella le contestó con un
gemido exhalado directamente en su oído. Un gemido que provocó una auténtica
oleada de excitación en su interior. De un violento manotazo liberó los dos
pechos de la muchacha de su aprisionador sostén, abalanzándose sobre ellos como
un náufrago a un pedazo de roca; buscando con ansiedad unos abultados pezones que venían, sonrosados y
enhiestos, al encuentro de su ávida boca. Mordisqueó durante unos segundos esos
pechos, sintiendo que el cuerpo de Lucía se ponía tenso. Un lascivo gemido de
satisfacción le indicó que sus atenciones eran bien recibidas. La muchacha
arqueó la espalda permitiéndole que saciase su lujuria libremente mientras se revolvía inquieta frotando sus
muslos con los suyos.
El frenético baile que acababan
de iniciar había ocasionado que una parte de su cuerpo cobrase vida propia,
amenazando con reventar sus pantalones.
Ella misma se encargó de liberar uno a uno los botones de su bragueta con mano experta. Evaristo aulló como un lobo
solitario, dejándose llevar por el placer que la habilidosa joven imprimía con
creciente rapidez a un miembro que parecía haberse vuelto loco. Tuvo que hacer
un esfuerzo para separarse de ella. Lo hizo con agilidad, de un salto felino.
-Tranquila, mamita… Barájame más
despacio.
-Ven, ven y machúcame, Evaristo. Llevo mucho tiempo esperándote ya.
Al decir esto la muchacha abrió
la mano que le quedaba libre, enseñándole
unas bragas negras de encaje, que arrojó con gesto rápido a un lado del
camastro. Evaristo enloqueció por completo, levantándole la falda por encima de la cintura. Se olvidó por
completo de su mujer, de Cardozo, de
Ernesto Zaldumbia y de todo lo que no fuese separar por completo aquel par de
muslos morenos que se ofrecían ante él voluptuosos y lúbricos. De un certero
empujón se adentró en el interior cálido y húmedo de la muchacha, sintiendo que
las piernas de ella le sujetaban con firmeza. La experimentada amazona no tardó
en acoplar sus movimientos a los suyos, coreando al unísono en un delirante
concierto de jadeantes peticiones, chirriantes somieres y respiraciones
entrecortadas. La chica no tardó en hacerse dueña de la situación, colocándose
a horcajadas encima de un sorprendido Evaristo; que solamente pensaba en poder
estar a la altura de su antagonista carnal. La primera bofetada de la chica le
pilló desprevenido. Parecía haberse vuelto loca completamente, gritando
totalmente fuera de sí:
-¡Vamos, güevón…! ¡Así, asíííí…!
¡Machúcame, cabrón; quiero que me destroces, animal…!
A partir de ese momento todo fue
lamer, chupar, besar y apretar piel contra piel; y un enardecido Evaristo
pugnaba por dominar una situación en la
que jugaba con desventaja. Hizo todo lo que pudo hasta que al cabo de unos minutos una
violenta sacudida le estremeció de los pies a la cabeza. Se hizo a un lado con
dificultad tras emitir un gozoso gruñido, empapado en sudor y jadeante. La
respiración de la muchacha también comenzó a normalizarse, pasando de un
entrecortado jadeo a un sibilante y controlado soplido. Ella le miró
directamente a los ojos. Fue una mirada sorprendida, cálida y cercana. Una
mirada que Evaristo nunca se hubiese esperado de una mujer como ella.
-Lo has hecho bien rico, cabrón.
El halago pareció complacer al
sicario, que esbozó una divertida sonrisa.
-¿Pues qué te esperabas, Lucita?
Yo soy un ñero, pero tengo mucho mundo…
-No más mundo que yo, Evaristo.
Pareces poquita cosa, pero estás muy fuerte. Y más dotado que la mayoría,
papito… No son muchos los que consiguen hacerme sudar. Ha estado relindo.
-Píntale como quieras, Lucía
–dijo el sicario, rodando hacia un lado del angosto camastro en busca de algo
de beber-. Le hemos dado bien duro. Siempre se me ha dado bien la machuca.
Serías una buena mujer para mi hijo mayor. Lástima que no tengamos ese chance.
-Sí, una lástima –afirmó ella con
la respiración aún entrecortada-. Ven aquí, Evaristo. Todavía no hemos acabado…
¿Es que me tienes miedo o qué?
-Miedo deberías de tenérmelo tú a
mí, Lucía. Tu profesión es dar placer. Yo en cambio soy experto en provocar miedo. Pero eso ya lo
sabes, ven; acércate de nuevo a mí a ver lo que podemos hacer…
La muchacha siguió obedientemente las
indicaciones del relajado asesino, que guió su cabeza hacia más abajo de su
ombligo.
Media hora más tarde Lucía
descansaba sucia y sudorosa encima del camastro. A su lado yacía adormecido y
agotado un Evaristo Espinosa que se encontraba como si un tren de mercancías le
hubiese pasado por encima. Ella le acariciaba el rizoso y desordenado cabello
de su peludo pecho, observando con curiosidad la imagen de la virgen de
Chiquinquirá unida por un grueso cordón
de oro a una virgen de origen español. Una virgen que ella misma había
aprendido a venerar tras un viaje de negocios a Covadonga.
-Cuéntame otra vez ese sueño
–murmuró, ronroneando como una gata en celo.
-Quiuvo, mamita. No me lo ponga
de pa’rriba -rezongó el adormilado Evaristo.
-¿Qué otra cosa podemos hacer,
Evaristo? En este cuartucho no hay televisión ni radio y ya estamos cansados de
machucar. Cuéntamelo otra vez. Será la última. De verdad…
El sicario se levantó poco a
poco, recostándose sobre el codo derecho. El ruido del agua al rozar contra las
paredes de acero del buque murmuró pesadamente. Debía de haberse hecho de
noche, porque las sirenas del puerto habían empezado a sonar anunciando un
nuevo cambio de turno. Alargó la mano hacia debajo del camastro, alcanzando con
habilidad una botella de whisky barato
medio vacía. Después de un generoso trago se aclaró la voz. Lucía
palmoteó excitada como una niña a la espera de la lectura de un cuento.
sábado, 8 de junio de 2013
Cap. 39
Maraña se fijó en el pequeño objeto que aferraban las diminutas manos de la chica. No se había fijado hasta entonces; pero una pequeña figura brillaba aprisionada entre ellas. Se trataba de un pequeño colgante de oro blanco macizo representando a un unicornio con las dos patas delanteras alzadas. Sus ojos estaban rematados con dos magníficos diamantes exquisitamente tallados; y el realismo del animal era tal que parecía disponerse a escapar volando de un momento a otro como una libélula metálica y cornuda. Al coronel le pareció que Penélope había hecho una elección magnífica. De entre todos los seres mitológicos había escogido al más astuto y ágil de todos. Había escogido al único que solamente atendería a la llamada de una persona leal y bondadosa. Había mucho de nobleza en esa decisión. Un unicornio solamente se acercaría a una muchacha virginal y pura.
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